No sé si “El Oso” es el claro reflejo de los 60´, pero sí es el claro retrato de la melancolía y deseo de libertad que posteriormente percibiríamos nosotros, los hijos de los hijos, al escuchar hablar de aquella época en la que nacía el Rock.
De la mano de Moris, Tanguito, Litto Nebia, Pajarito Zaguri y Miguel Abuelo empezó a gestarse el sonido que marcó a una generación, atravesó a sus hijos y se convirtió en los lineamientos del Rock Nacional. No solo la música, era el arte conviviendo en todas su formas; las visuales, el teatro y la poesía. Encuentros que se daban en espacios como la Cueva y luego se configuraban en obras disruptivas y performáticas como las de Marta Minujin y León Ferrari (en las artes visuales).
Romper reglas y rebelarse ante el sistema; la paz y el amor; introspección; filosofía; rock; dictadura y opresión; dos caras de una misma moneda, la Argentina de los 60. Y allí, “El Oso”, la primera canción de rock para niños. Moris la escribió a pedido de una maestra jardinera y aunque no llegó a los niños de ese entonces, se convertiría años más tarde en una clásica canción de fogón.
El Oso cuenta la historia de un animal capturado por el hombre y recluido a vivir en un circo añorando su vida en el bosque. Un tigre le pide conformarse con que no le faltará techo ni comida. Envejece en cautiverio y finalmente, en la última estrofa logra escapar. Aunque la canción no fue trascendente en su época, lo sería años después para la generación de los 90´.
En 1993, se estrenó “Tango Feroz: La leyenda de Tanguito” dirigida por Piñeyro y protagonizada por Fernan Mirás, donde Antonio Birabent, hijo de Moris, interpretó a su padre y tocó “El Oso”. De acordes sencillos y con tintes nostálgicos, se popularizó en fogones, sobre todo por los niños de los 60´ ya adultos con familias e hijos.
Soy de la generación de "los hijos, de los hijos" de la década en la que nació el Rock Nacional, las ansias de libertad, la rebeldía, el deseo de vivir y sobrevivir a este mundo. Desde la primera vez que escuché El Oso en guitarra de mí viejo, y hasta hoy en día, no puedo evitar el nudo en la garganta y alguna que otra lágrima al escucharla. Hay algo en esa melancolía, aquellas utopías de libertad y la sensación de apresamiento que la generación de los 60 supo dejar en la huella del arte.
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