Amontonados en la Dirección del Colegio Williams Morris se daba más que una entrevista, una charla con todo el cast de El lápiz No se borra: directores, actores, guionistas, productores, iluminadores y escenógrafos. Un colectivo de artistas teatrales conformado por pibes de segundo a quinto año que se veían muy unidos, respetuosos y desinhibidos. Estaban conscientes pero sorprendidos de todo lo que habían construido alrededor de esta obra.Tal vez ya se percibían a sí mismos como un colectivo de artistas, todos se dieron lugar a participar y aportar a la conversación.
Llegaba a ellos scrolleando en tik tok, ahí estaban, con guardapolvos blancos en Plaza de Mayo al ritmo de La Marcha de la Bronca; claramente no se trataba de un nuevo challenge. Entrando al perfil se veía algunos recortes de la obra de teatro. Encarnaban la historia de un grupo de adolescentes detenidos y desaparecidos durante la dictadura la noche del 16 de septiembre de 1976, hecho que se guardó en la memoria colectiva como La Noche de los Lápices.
La interpretación y la puesta en escena quedaban enormes para un acto escolar. Algo importante se estaba gestando ahí; fue tal que a los días comenzaron con funciones en otros colegios. Lo valioso de esta obra no era solamente la historia sino quienes la contaban, pibes del secundario y de la misma edad que los adolescentes secuestrados en la ciudad de La Plata.
Durante la charla y en ronda se miraban para otorgarse la palabra, decían que el guión fue pensando para público adolescente, sin embargo Santino y Micaela (Pablo y Amelia en la obra) destacan con tono serio la importancia de transmitirles a los adultos que
“los adolescentes tienen algo que decir y que pueden generar cambios en la sociedad”.
Hablaban contundentemente de transmitir el NUNCA MÁS, no desde cualquier punto vista sino de la mirada de adolescentes idealistas y militantes como los que reclamaban aquel boleto estudiantil y que al igual que ellos eran niños jóvenes y no adultos. Para ellos, lo más importante era lograr la empatía, partieron de esa premisa
¿Qué pasa si tu compañero, el que vos tenes al lado, con el que te juntas, un día vas al colegio y no está más?nadie sabe dónde está, ni los docentes ni su familia”
decía Valentina (Maria Eugenia en la obra)con sus compañeros que asentían y miraban orgullosos.
El arte que militó los derechos humanos en las potentes representaciones de escritos de Rodolfo Walsh; la obra de Antonio Berni y León Ferrari; el Colectivo de Teatro Abierto del Picadero, la música de Charly Garcia y León Gieco, entre otros. Fueron grandes manifiestos durante la dictadura. Se convirtieron en viajes en el tiempo y la memoria, y dieron siempre sacudones a la emoción colectiva. Aunque estos artistas hablaron desde sus propias vivencias; el arte no está sujeto solamente a la experiencia individual. Fue siempre un proceso colectivo en el que una pieza termina de adquirir valor cuando un espectador la completa.
Los artistas del William Morris, se expandieron de las redes a los colegios, y de los colegios al Teatro Brown. Pablo Diaz, sobreviviente de la horrorosa noche y en cuyas declaraciones se basaron para el guión de la obra, había visto la primera función y dijo estar conmovido. Cómo no conmoverse con la previa del teatro escuchando a Sui Generis, con una sala llena coreando las canciones y riendo con las ocurrencias de los personajes que en un violento sube y baja emocional convertía esa alegría en miedo y tristeza. Al final todos lloraban a moco suelto, habían atravesado la alegría, el miedo y el dolor en menos de una hora.
Colectivos de artistas como los pibes del El lápiz No se borra, o el GAC( Grupo de Arte Callejero) que mediante intervenciones creativas profundizan sobre la memoria, verdad y justicia contribuyeron a la reflexión de grandes y chicos. La intervención de las chicas del GAC “Vos estas en su lugar” con los nombres de los desaparecidos en la facultad de derecho, los dibujos durante los juicios a las primeras juntas de estudiantes del IUNA, los gritos y llantos en la sala del Teatro Brown. Son experiencias que se grabaron para siempre, nudos en la garganta, llantos de por medio e impotencia que transformaron a cada espectador.
El después de El lápiz NO se borra es agridulce. Haberse reconocido en esos adolescentes soñadores, jodones e idealistas convierte el final que conocemos en algo más perturbador. Sin embargo, el nudo en la garganta se tornó en sonrisa, porque los adolescentes estaban más vivos que nunca en este pequeño gran colectivo de artistas de La Boca.
Es difícil no preguntarse ¿Acaso algún artista cambió el mundo?. El arte tocó las fibras que un texto teórico, un discurso político o propagando no pudieron alcanzar. Las manifestaciones de arte-consciencia apelaron desde sus inicio a la empatía, el sentir a partir de la historia propia y las experiencias vividas; a un público identificado en ese cuadro, en esa obra, en esa canción.
Así es como los pibes que estaban sentados en ronda, en la pequeña sala del colegio Williams Morris despertaron admiración al igual que otros grandes referentes artísticos. Una propuesta de arte consciente que además notó lo que significaba el acceso al arte para otros jóvenes como ellos que por primera vez pudieron disfrutar de un espectáculo. Representando un pedazo de la historia,también representan a una gran parte del presente.
Gracias!!! Les pibes se merecen tan cálido reconocimiento. Mariela Batalla